martes, 12 de febrero de 2019

9. REPTIL (Alex - Texto)

Cada año a finales de junio papá y mamá se empeñan en ir a la casa que la abuela tiene en Swampville, cerca de los pantanos. A papá le encanta venir aquí porque le recuerda a cuando vivía allí de niño y a mamá le gusta porque dice que el pueblo tiene mucha vida en esta época del año, que el clima es estupendo y que es un lugar fantástico para pasar las vacaciones. Además, a Robbie también le encanta venir aquí porque se reencuentra con sus amigos a los que casi no ve el resto del año. Pero a mi… a mí no me gusta Swampville.

Si hay algo común a la mayoría de pueblos de los Estados Unidos son sus mitos y leyendas, y Swampville no iba a ser una excepción. Los visitantes no vienen a aquí solo a disfrutar de las actividades que ofrece el valle y los pantanos, también se ven atraídos por sus historias. Y la principal atracción turística del pueblo es la leyenda del Guardián del Pantano. Por todas partes se pueden encontrar referencias al Guardián, con su cuerpo cubierto de escamas como las de un reptil y su característica cabeza grande y bulbosa que la abuela siempre nos describía como un enorme flan tambaleante; desde souvenirs en tiendas de regalos, pasando por camisetas, juguetes, nombres de establecimientos y hasta una marca de cerveza. Todo el mundo hace negocio a costa del Guardián, ya que gracias a su reclamo los habitantes de Swampville pueden mantener la economía del lugar. Aun así… desearía no tener que volver aquí un año tras otro.

Papá nunca ha creído en las leyendas sobre el Guardián y no le gustaba que la abuela nos asustara con sus historias cuando Robbie y yo la hacíamos enfadar. Ella le reprochaba que no eran cuentos de niños, que el Guardián es el protector del valle y los pantanos y que es mejor respetarlo. Mi abuela era de esas personas que, bien por superstición, por miedo o por convicciones religiosas, sentía un profundo respeto hacia las tradiciones de su tierra y eso le hacía tomarse esas leyendas tan en serio como papá sus partidas de bolos. Pero había siempre algo en su manera de contar esas historias que a mi me helaba la sangre. También decía que la gente del pueblo había perdido el respeto al Guardián y que un día sus pequeños ojos rojos brillarían en la oscuridad de la noche para que la gente no olvide a quién le deben su prosperidad.

Y son esos mismos ojos los que cada noche observo a través de la ventana de mi habitación encenderse a lo lejos en los pantanos. Y solo cuento los días que faltan para que acabe el verano y volvamos a casa, esperando que el Guardián no reclame, todavía, aquello que le pertenece.     



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