lunes, 18 de febrero de 2019

7. FUGAZ (Alex - Texto)

La noche es fría y tranquila. La brisa suave del viento acaricia el rostro con su tacto helador mientras navegamos bajo un cielo plagado de estrellas. Llevamos días tratando de evadir a los dos navíos ingleses que nos vienen a la zaga desde hace una semana, pero los muy cabrones no se despegan del horizonte. El capitán pensó que no se molestarían en perseguirnos más de uno o dos días pero, por lo visto, no quieren ver piratas merodeando por sus aguas. Esos jodidos estirados son tercos como la puta que los parió.

Llevamos dos días sin apenas viento y con este panorama nuestras velas nada tienen que hacer con las de los barcos ingleses; si no arrecia pronto nos darán pesca en menos que canta un gallo. Los tenemos tan cerca que en ocasiones me parece oler el humo de sus cañones arrastrado por el mar.

Observo al capitán apoyado en la balaustrada del puente de mando. Acaricia de manera inquieta la esfera de plata que decora el mango de su sable mientras escruta pensativo el cielo, como queriendo buscar una señal que nos ayude a quitarnos de encima a esos malditos ingleses. Es consciente de que la aparente tregua de la que disfrutamos ahora mismo tan solo se debe a la protección que nos brinda la noche, pero si la fuerza de los vientos no se manifiesta antes del amanecer vamos a tener que hacer frente a nuestra particular extinción a manos de esos hijos de la pérfida Albión. 

La oscuridad comienza a disiparse en el horizonte, no falta mucho para la salida del sol y aquí no se mueven ni las olas. Puedo ver, a lo lejos, la silueta de los navíos ingleses recortarse en la negrura. Suspiro y echo la cabeza hacia atrás tratando de controlar la ansiedad. En ese momento una estrella fugaz cruza el firmamento como una lágrima de luz despidiendo a la noche. Entre las gentes de la piratería su visión es síntoma de buenos presagios. De repente, noto un aliento frío golpearme la cara y escucho al capitán revolverse en su posición. De un grito nos levanta de nuestro sueño intranquilo y ordena soltar velas, que se agitan en espasmódicos bailes hasta que el soplo del viento hincha sus vientres. Siento el suelo moverse bajo mis pies y sonrío al ver cómo nuestro barco se desliza de nuevo sobre el mar oscuro. Esos putos ingleses van a tener que trabajar duro si quieren cobrarse nuestro pellejo.
 

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